Viejo, enfermo, en el umbral de la muerte James Whale se reencuentra con sus fantasmas del pasado, sabe que es un genio, la historia lo demostrará, pero también que desviarse de la llamada buena conducta moral le ha costado carísimo, el destierro y el desprecio sobre todo donde más daño hace, en su profesión.
El en otro tiempo famoso director de “Frankenstein” reconoce que su vida a pesar de todo ha sido maravillosa, la ha disfrutado a tope, un pleno “carpe diem” allá en los años dorados de Hollywood; fiestas , baños, piscinas, chicos, orgías, recuerdos que salen a primer plano al quedarse prendado de su jardinero, un chico musculoso y con poco cerebro. La atracción mutua que va surgiendo entre ellos, de uno explícitamente, de otro implícitamente, de dos personas con distintos gustos sexuales, tratada de forma tan sensible, cuidada, elegante y mágica hace que en esta película sólo existan dioses por tantos milagros que se producen; un guión soberbio, un director, Bill Condon, de una madurez extraordinaria, unas actuaciones tocadas de un halo divino, Sir Ian Mckellen, 0% estrella, 100% actor, interpretando con conocimiento de causa a James Whale, Lynn Redgrave como su sirvienta fiel y mucho más, Brendan Fraser, ese cerebro de serrín que acabará por comprender cosas hasta entonces incomprendidas por él, ambientación, fotografía, vestuario, música, hacen que esta joya cinematográfica sólo pudiera haber sido perpetrada a muchos kilómetros de aquí, por ejemplo en el Olimpo.
Ustedes DEBEN ver esta pelicula, he dicho.